lunes, 29 de agosto de 2011

La muerte de Atahualpa

Hijo del emperador Huayna Cápac y de Túpac Paclla, princesa de Quito, Atahualpa fue favorecido por su padre, quien, poco antes de morir, en 1525, decidió dejarle el reino de Quito, la parte septentrional del Imperio Inca, en perjuicio de su hermanastro Huáscar, el heredero legítimo, al cual correspondió el reino de Cusco.

Aunque inicialmente las relaciones entre ambos reinos fueron pacíficas, la ambición de Atahualpa por ampliar sus dominios condujo al Imperio Inca a una larga y sangrienta guerra civil. En 1532, informado de la presencia de los españoles en el norte del Perú, Atahualpa intentó sin éxito pactar una tregua con su hermanastro. Huáscar salió al encuentro del ejército quiteño, pero fue vencido en la batalla de Cotabamba y apresado en las orillas del río Apurímac cuando se retiraba hacia Cusco. Posteriormente, Atahualpa ordenó asesinar a buena parte de los familiares y demás personas de confianza de su enemigo y trasladar al prisionero a su residencia, en la ciudad de Cajamarca. En ese momento, el emperador inca recibió la noticia de que se aproximaba un reducido grupo de gentes extrañas, razón por la que decidió aplazar su entrada triunfal en Cusco, la capital del imperio, hasta entrevistarse con los extranjeros.

 El 15 de noviembre de 1532, los conquistadores españoles llegaron a Cajamarca y Francisco Pizarro, su jefe, concertó una reunión con el soberano inca. Al día siguiente, Atahualpa entró en la gran plaza de la ciudad, con un séquito de unos tres o cuatro mil hombres prácticamente desarmados, para encontrarse con Pizarro, quien, con antelación, había emplazado de forma estratégica sus piezas de artillería y escondido parte de sus efectivos en las edificaciones que rodeaban el lugar. No fue Pizarro, sin embargo, sino el fraile Vicente de Valverde el que se adelantó para saludar al Inca y le exhortó a aceptar el cristianismo como religión verdadera y a someterse a la autoridad del rey Carlos I de España; Atahualpa, sorprendido e indignado ante la arrogancia de los extranjeros, se negó a ello y arrojó al suelo la Biblia que se le había ofrecido. Pizarro dio entonces la señal de ataque: los soldados procedieron a emboscar y disparar a discreción y la caballería cargó contra los desconcertados e indefensos indígenas.

Al cabo de media hora de matanza, varios centenares de incas yacían muertos en la plaza y su soberano era retenido como rehén por los españoles. A los pocos días, Atahualpa, temeroso de que sus captores pretendieran restablecer en el poder a Huáscar, ordenó desde su cautiverio el asesinato de su hermanastro.

Unos meses más tarde, Pizarro decidió acusar a Atahualpa de idolatría, fratricidio y traición; fue condenado a la muerte en la hoguera, pena que el Inca vio conmutada por la de garrote, al abrazar la fe católica antes de ser ejecutado, el 29 de agosto de 1533. La noticia de su muerte dispersó a los ejércitos incas que rodeaban Cajamarca, lo cual facilitó la conquista del imperio y la ocupación sin apenas resistencia de Cusco por los españoles, en el mes de noviembre de 1533.

Fuente: biográfica.info.com

martes, 23 de agosto de 2011

La lengua: arma de los imperios

Ricardo Soca
El inglés es considerado hoy la principal lengua universal, tanto por la cantidad de sus hablantes como por la variedad de ámbitos en que se emplea. El idioma de Shakespeare se ha convertido en la lengua franca del planeta, tras desplazar al francés en la diplomacia y tornarse el idioma más importante en los foros internacionales. Es lo que ha ocurrido siempre en la historia con las lenguas de los imperios; como sucedió con el idioma de Atenas en la Grecia de Pericles y con el castellano en la Conquista y el Coloniaje, por citar apenas un par de ejemplos.

La lengua como instrumento de dominación

Cuando la antigua Roma empezaba a expandirse, antes de convertirse en un imperio, la clase dominante, el patriciado, vio claramente que una de las estrategias para mantenerse en el poder era adquirir los recursos del «bien hablar», es decir, dominar la lengua culta que los distinguiera de los plebeyos y aprender el misterioso arte de la retórica, desarrollado por los griegos que permitía dominar multitudes con el discurso.

Por aquella época —estamos en el inicio del siglo I a. de C.— muchos gramáticos y retóricos griegos empezaron a desembarcar en la Península Itálica para ponerse al servicio de la clase dominante romana, ávida de conocer la retórica, un arte griego que ostentaba la fama de ser la ciencia del habla y el arte de convencer.

Los patricios romanos sabían que para mantenerse en el poder deberían dominar la técnica del discurso profesional, el que permite arrebatar las masas y llevarlas al éxtasis; creían que con ese fin necesitaban manejar con soltura los secretos del estilo y conocer en profundidad las reglas de la gramática. Eran algunos de los secretos mejor guardados del poder. En efecto, los patricios habían comprendido que deberían atesorar celosamente para sí los misterios de la lengua porque, si estos caían en manos del pueblo, sería un resorte de poder que perderían.

A comienzos del siglo I antes de Cristo, llegó a Roma el retórico y gramático Lucius Voltacilius Plotius Gallus, quien fundó una escuela de retórica al servicio de los que pudieran pagarle. Durante algún tiempo, este especialista de la palabra vivió a cuerpo de rey costa de ricos plebeyos enriquecidos que querían ofrecer una formación aristocrática a sus hijos. Pero finalmente un edicto impulsado por los aristócratas le prohibió seguir enseñando y lo obligó a cerrar la escuela. Es uno de los testimonios más antiguos que tenemos de cómo el dominio de la lengua y el poder de la elocuencia ha sido una propiedad de las clases dominantes en todas las sociedades basadas en la explotación del hombre por el hombre.

El idioma español y el poder

Mil años después de la caída del imperio romano, en agosto de 1492, cuando Cristóbal Colón estaba en el medio del Atlántico en su primer viaje hacia el Nuevo Mundo, el filólogo andaluz Antonio de Nebrija le entregó a Isabel la Católica la primera gramática del español, con la sabia advertencia de que «siempre la lengua fue compañera del imperio y, de tal manera lo siguió, que juntos crecieron florecieron y cayeron«.

Nebrija estaba hablando del imperio romano y del latín, la lengua que se extendió por casi toda Europa y el norte de África y se derrumbó con la caída de Roma, pero tanto él como la soberana ya intuían que España estaba al borde de emprender una aventura de conquista, de dominación y opresión de otros pueblos. Tenían por delante una era de explotación de tierras, gentes y riquezas como o se veía desde el tiempo de los Césares. En pocos años, los Reyes Católicos y sus sucesores crearon uno de los mayores imperios de la Historia, aniquilaron civilizaciones milenarias e impusieron a sangre y fuego la lengua de Castilla a los pueblos originarios, muchos de los cuales olvidaron incluso el habla de sus antepasados.

Dos siglos más tarde, el rey Felipe V y su corte comprendieron que la gramática de Nebrija no era suficiente: la lengua de Castilla amenazaba con disgregarse al ser hablada en tierras tan extensas de otro continente. Surgían variantes dialectales que se desarrollaban en la propia España y en las lejanas colonias, y que se distanciaban peligrosamente de la norma central. Era preciso crear una norma única, bajo el principio de autoridad, con la obligación de enseñarla en todas las escuelas de los territorios dominados por España.

Así, en 1713 el rey autorizó la creación de la Real Academia Española, con la misión de «cultivar y fijar la pureza y elegancia de la lengua castellana, desterrando todos los errores que, en sus vocablos, en sus modos de hablar o en la construcción ha introducido la ignorancia [...] y la demasiada libertad de innovar«. A partir de entonces, los cambios en la lengua quedarían sujetos a la decisión de una autoridad central en Madrid.

El imperio español había tomado así las riendas de una lengua que se tornaba universal y establecido una autoridad que gobernaba todos esos territorios y que era regida por la Corona.

Fuente: elcastellano.org



miércoles, 17 de agosto de 2011

El exilio de San Martín

No es un hecho menor que nuestro héroe máximo haya muerto en el exilio, sin poder retornar a la patria a la que había contribuido de manera decisiva a poner de pie y a incorporarla al mundo.

El general José Francisco de San Martín murió el 17 de agosto de 1850 en Boulogne- sur-Mer (Francia), en el exilio. El indiscutido héroe máximo de la Nación argentina no sabía que estaba inaugurando una condición por la que atravesarían luego muchos otros compatriotas, expulsados de un país que, a lo largo de su historia, se ha empeñado en complicarse la existencia con violentas disputas intestinas.


No podía saberlo, pero algo debe haber intuido cuando tomó la decisión de emigrar a Europa después de la entrevista de Guayaquil con Simón Bolívar, que dejó asegurada para siempre la independencia sudamericana del yugo español. La debilidad de San Martín en aquel encuentro histórico –en el que ambos próceres plantaron un mojón histórico para el sueño aún incumplido de la unidad latinoamericana– provenía del escaso respaldo que obtenía en su propia tierra.

Uno puede imaginar el amargo sentimiento que se apoderaría de su espíritu, que siempre había sentido la empresa libertadora en dimensiones continentales y que no había vacilado en atravesar con su ejército los Andes –una hazaña inigualable– para pelear por la emancipación de Chile, ni en embarcarse luego hacia Lima para expulsar a los españoles del Perú, al volver sus ojos hacia el Río de la Plata.


El naciente país se desgarraba entonces en furiosas luchas intestinas, por mezquinos intereses de facciones que irían prefigurando una de las tantas dicotomías insalvables a las que parecemos tan afectos desde épocas tempranas: la de unitarios y federales. Esa lucha fratricida amenazaba con devorar al héroe y a su gesta.

"Seamos libres y lo demás no importa nada", dice un papel pegado en la pared de la casa que lo recuerda en Yapeyú, su lugar de nacimiento. Está escrito por San Martín y refleja la grandeza y el desprendimiento de su accionar, alejado de toda apetencia personal, de toda discusión política o sobre formas de gobierno; de toda disputa, en suma, que desviara la atención de ese eje simple y claro que conducía a la emancipación.

A tono con los tiempos, se ha intentado en la actualidad "bajar del bronce" a este hombre singular, en películas, libros y ensayos que pretendieron enrostrarle su condición de masón, su carácter mestizo o su supuesto papel de agente inglés. La empresa no es fácil, y menos con banalidades sacadas de su contexto histórico y que muchas veces se expresan más para llamar la atención que para revelar nuevas verdades.

Quizá sería más útil y nos ayudaría a ser más comprensivos, a superar antinomias que todavía nos hieren y a elevar nuestra mirada hacia horizontes más amplios, detenernos en este aspecto tan hondo y humano que tiñó los últimos años del héroe: la injusticia del exilio, de no poder retornar a su patria, a la que había contribuido a poner de pie y a incorporarla al mundo como una nueva y gloriosa Nación.

Fuente: diarioveloz.com




sábado, 13 de agosto de 2011

Dioses y religión de los incas

Por empezar, entre los incas no existió el concepto abstracto de “dios” que podemos tener nosotros. Los múltiples dioses que eran objeto de culto poseían nombre propio, y muchos de ellos estaban asociados a funciones específicas.


Además, como la sociedad andina era básicamente agraria, muchas veces la actuación de las divinidades estaba relacionada con fuerzas de la naturaleza y los factores climáticos, que condicionaban la vida de los pobladores andinos.

Así, los incas tuvieron como dioses a cuerpos celestes, accidentes geográficos, fenómenos atmosféricos e, incluso, a sus propios ancestros.


Todas las deidades estaban asociadas con el término huaca, palabra quechua que indica todo lo sagrado. El Inca era reconocido por la gente andina como huaca viviente, que tenía el poder de comunicarse con el universo sagrado y era el encargado de, a través de los rituales, mantener el equilibrio entre los hombres y los dioses.

De la misma manera que otras sociedades andinas, los incas tuvieron una peculiar visión del tiempo y del espacio. El tiempo fue concebido de manera sagrada y cíclica. Así, se pensaba que existían ciclos de destrucción y renovación del mundo, al igual que en el calendario maya.

El universo estaba dividido en tres partes:

■hanan pacha, la morada de los dioses y de los objetos celestiales,

■kai pacha, el mundo presente y tangible,

■ucu pacha, el mundo de abajo o de las cosas que todavía no germinan.

Aparentemente, en el ucu pacha se encontraban los muertos que habían retornado a su pacarina, o lugar de origen. Entre el hanan pacha y el ucu pacha había lazos de complementariedad, siendo el kai pacha el punto de encuentro en el que se unían ambos planos del universo.


Dentro de las deidades, el más popular fue el dios Inti, el Sol, también conocido como Punchao. Era considerado el padre de los incas y la divinidad tutelar del Tahuantinsuyo. Las crónicas indican que el Inti o el Sol fue representado mediante una estatuilla pequeña esculpida en oro que se guardaba en el Coricancha, o templo del Sol, en la ciudad de Cuzco, la capital del imperio.


Otros dioses importantes de la religión incaica fueron:

■Huiracocha: su culto estuvo repartido por el sur andino, y tenía antecedentes religiosos de las culturas Huari y Tuahuanaco.

■Illapa: dios de los rayos llamado también Chuquilla, Catuilla o Libiac. Era capaz de hacer llover, granizar y tronar con el simple acto de hacer batir su honda.

■Pachacámac: divinidad principal de la costa central, cuando los numerosos preincaicos que la adoraban fueron dominados por los incas, su culto se mantuvo y fortaleció bajo el imperio.

■Quilla: la Luna, y la pareja del Sol, su culto estaba relacionado con los muertos y la fertilidad. La Luna se vinculó a la plata, y en sus templos había objetos de ese metal.

Fuentes: Historia Universal: Aztecas, Mayas, e Incas. Bs. As., AGEA, 2005 / López Austin, A., La religión, la magia y la cosmovisión, en Historia Antigua de México, Vol. IV, México, INAH-UNAM-Porrúa, 2001. / Gimeno, D., Aztecas, Mayas e Incas, Historia Universal, Editorial Sol 90, Barcelona, 2004.
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sábado, 6 de agosto de 2011

Las campañas militares de Julio César en la Galia

El estadista y general Julio César (100-44 a.C.) amplió la República Romana a través de una serie de batallas por toda Europa antes de declararse dictador de por vida. Es a menudo recordado como una de las mentes militares más brillantes de la historia. Hoy en SobreHistoria repasaremos sus más destacadas campañas militares en la Galia Romana.

En el año 59 a.C. Julio César accedió al gobierno de Roma, a través del llamado Primer Triunvirato en el que también estaban presentes Pompeyo y Craso. A partir de allí se embarcaría en diversas campañas militares, tanto para la defensa ante los invasores como para aumentar la extensión de los territorios de Roma. Estas son algunas de las más destacadas:


■ Durante el apogeo del primer triunvirato, César dedicó sus energías a la conquista de la Galia (actual Francia).

■ Después de dejar el cargo de cónsul, César se convirtió en gobernador de las regiones Cisalpina y la Galia Transalpina (norte de Italia y el sur de Francia, respectivamente). En el 58 a.C., cuando los helvecios trataron de penetrar la Galia, César en una gran batalla detuvo su avance.

■ En el verano del 58, César marchó contra los germanos encabezados por Ariovisto que habían invadido desde el otro lado del Rin y los expulsó de la Galia.

■ En los años siguientes, en una serie de brillantes campañas, el general romano conquistó toda la Galia y la convirtió en una provincia romana. La conquista requirió varias batallas difíciles en el norte de la Galia y el cruce del Rin por un puente de caballetes construido por los ingenieros romanos.


■ En los veranos del 55 y 54 a.C., César cruzó el Canal de la Mancha, asegurando así el flanco norte de la Galia, al impedir un ataque de los Celtas.


■ Entre en el 51 y el 50 a.C. Julio César desarticuló una gran revuelta de los jefes en las Galias (en la cual se dio el famoso sitio de César del bastión de Vercingétorix en Alesia).




A principios de 49, terminando su comandancia en la Galia, se desató un grave conflicto entre César y Pompeyo (su antiguo asociado en el Primer Triunvirato) que desembocaría en la Segunda Guerra Civil de la República Romana.
 
 
Fuentes: sobrehistoria.com - youtube.com